Crecí en una familia amorosa, rodeada de las risas de los primos y el reconfortante aroma de la cocina de mi abuela. De niña, siempre fui muy alegre y creativa. Me encantaba reunir a mis primos y, usando una pizarra que me habían regalado, enseñarles lo que aprendí en la escuela.

El abuso psicológico, aunque invisible a simple vista, deja cicatrices profundas que pueden afectar la vida de una persona mucho más allá del momento en que ocurren. A diferencia de las heridas físicas, que pueden sanar con el tiempo y el tratamiento adecuado, las heridas emocionales y psicológicas pueden persistir durante años, erosionando lentamente la autoestima, la salud mental y la capacidad de una persona para llevar una vida plena y feliz.

La ONU Mujeres hace un llamado a todo el mundo: “Invertir en las mujeres, acelerar el progreso” como la mejor manera de fomentar el crecimiento económico y construir sociedades más prósperas e igualitarias.

Conozco de primera mano el frío punzante del miedo y el aislamiento que conlleva la violencia doméstica. Las paredes del refugio ofrecían un escape temporal, pero fue Santana Globally We Care (SGWC) quien realmente se convirtió en mi refugio. Aquí, el apoyo no era solo un techo sobre mi cabeza; fue un cálido abrazo.

La violencia contra las mujeres y las niñas es una grave violación de los derechos humanos que ha encontrado un nuevo campo de acción en el ámbito digital. La falta de una definición común de la violencia facilitada por la tecnología impide la recolección de datos comparables a escala mundial, pero las cifras disponibles a nivel nacional y regional revelan una incidencia alarmante.

Seis años. Una simple edad que debería evocar recuerdos de días despreocupados y rodillas raspadas. En cambio, para mí, marcó el comienzo de una realidad escalofriante. El día no estuvo lleno de sol, sino del repugnante golpe de un puño contra la carne. Era el sonido que se convirtió en la banda sonora de mi infancia: el sonido del terror resonando en nuestra casa.